jueves, 16 de enero de 2014

Escala

Llegás después de un viaje de siete días. Nada en realidad. Ya hubo otros "siete días" en tu vida. Podrías incluso decir que vivís en una sucesión continua de siete días. Cuando trabajas son las jornadas que comienzan con un lunes y termina con el llanto del domingo porque no-queres-ir-a-trabajar, y se entiende. Es rutinario y aburrido, al punto de que podés incluso preveer un martes lo que vas a acontecer un viernes... un embole.

Pero algo cambia cuando te vas de viaje.

Hay algo distinto que se opera dentro tuyo. Lo que te rodea cobra otro color, el tiempo se dilata y esos siete días parecen meses comprimidos dentro de años, entonces el circulo se rompe y no tenés tiempo. Todo tu alrededor vibra con una tonada diferente. Sobre todo si te vas solo, porque no tenés parametros. Sos vos con el mundo, sin que nadie te conozca, sin conocer a nadie y ahí, si estás atento, podés observar y observarte, sin juicios ni prejuicios.

Entonces surge la magia.

La magia de haber tenido siete días donde pudiste observarte, pudiste ver los ecos que te devuelve el universo. Ecos nuevos, virgenes. Ninguno ha sido contaminado por el color de tu pasado. Y no podés mentir porque no te sale así que sonreís y te dejás abrazar por esa calidez que desconocías mientras sentís que algo dentro tuyo se resquebraja, se rompe y se vá. Como estás lejos no opones resistencia. Muy dentro tuyo sabés que deberías haberlo dejado ir hace tiempo, por lo que inconcientemente lo ayudás a irse.

Chau chau adios.

Entonces regresas. Cruzas las mismas puertas, usas las mismas llaves, pero estás diferente. Te sentís diferente. Y aparecen las mismas personas de siempre que te hablan de los mismos problemas de siempre y vos tan zen, tan liviano y tan centrado que los mirás con una sonrisa inocente mientras descargan su equipaje a tus pies sabiendo que está vez tu respuesta va a ser diferente. Sabiendo que te fuiste, te alejaste. Entonces se crea un momento entre vos y el resto donde se comparte pero sin involucrarse. Y notás que perciben tu lejanía porque toman su equipaje cuando terminan y se lo llevan. Sin reclamos ni reproches.

Tu camino queda libre.

Así que volves a sonreir, liviano, y recordás que en siete días dios creo el universo. Capaz que esta vez vos podés hacer lo mismo pero a escala.





domingo, 12 de enero de 2014

Cruce de caminos

Hoy tengo la oportunidad de cambiar el rumbo, elegir otra veta, modificar el siguiente capítulo y todas los eufemismos que uno pueda decir. Escuché la propuesta, asentí con la cabeza, dije que si e incluso hice bromas. Di un fuerte apretón de mano y me despedí.

Fue recién en la ducha, el lugar donde le confieso mis penas a los azulejos, que realmente me pregunté si quería cambiar. Seamos sinceros: a veces -más de las que queremos aceptar, más de las que me atrevo a escrbir acá- elegimos lo que nos lastima. En lo personal creo que es porque nos sentimos seguros. Sabemos que vamos a llorar, que vamos a sufrir y que al final seguramente forzaremos nuestras penas con un poco de helado para dulcificar el mal rato hasta que el tiempo traiga el olvido -uno de mentiritas porque juraremos "no volver a pasar por lo mismo"- que a su vez trae otra escena que nos deja en el exacto mismo punto.

Hoy me dieron la chance de elegir otro camino, algo que creo me va a sacar de ese circulo de destrucción perene en el que he sabido meterme. He dicho que si. En este momento tengo miedo. Del más puro. Del más intimo. Del más básico...

Creo, entonces, que estoy en el camino correcto.